
El culto de la moda. La divinización del diseñador
En el fascinante universo de la moda contemporánea, los diseñadores han trascendido la mera creación de indumentaria para erigirse en auténticos visionarios, profetas del estilo e incluso ídolos a quienes se les rinde profunda devoción.
COMPARTIR

La divinización del diseñador de moda
El fenómeno del culto a la moda sigue vigente, impulsado por la presencia mediática de las casas de alta costura, la influencia de las redes sociales, los influencers y la masa consumidora obsesionada con pertenecer a algo que va más allá de un simple gusto estético. Hoy, la moda es casi una religión simbólica, y sus seguidores, son casi fieles practicantes.
Este fanatismo no es algo nuevo. Figuras como: Coco Chanel, con su rebeldía elegante, o Alexander McQueen, con su teatralidad, ya despertaron en su momento pasiones que rozaban lo místico. Sin embargo, en la actualidad, la relación entre diseñador y seguidor ha evolucionado hacia una dinámica profundamente emocional y casi espiritual. Marcas como: Balenciaga, Rick Owens, Schiaparelli o Comme des Garçons no se limitan a vender ropa; ofrecen una visión del mundo, un lenguaje secreto que quienes lo comprenden utilizan como una marca de identidad. Desde una perspectiva psicológica, este fenómeno responde a la necesidad humana de pertenencia y significado.
En un mundo cada vez más saturado de información y opciones, la devoción por ciertos diseñadores representa una forma de canon y guía estética y moral en medio del caos.
La prenda deja de ser un objeto meramente funcional para convertirse en un poderoso símbolo de estatus, rebeldía o pureza estilística. Vestir creaciones de determinados diseñadores es, para muchos, una declaración: “yo sé”, “yo pertenezco”, “yo creo”.
Los desfiles se viven como ceremonias sagradas, los lanzamientos generan una histeria colectiva palpable, y las palabras del diseñador se interpretan como dogmas. Los seguidores defienden su marca con fervor y atacan a quienes la critican, como si se tratara de un ataque personal o una blasfemia.
No hay nada casual en esta devoción. Los diseñadores modernos comprenden a la perfección su rol de líderes carismáticos. Cultivan misterios, imponen un lenguaje distintivo, crean escenografías impactantes y alimentan la idea de que sus colecciones son mucho más que simples telas. Así, el culto de la moda trasciende por mucho el mero estilo. Es un fiel espejo de nuestra sociedad: individualista pero profundamente necesitada de comunidad, hiperconectada pero sedienta de símbolos que le den sentido.
Amar a un diseñador se convierte, en última instancia, en un acto de fe, una declaración explícita de quién eres… o de quién anhelas ser.