Amor y melancolía. Construyendo baluartes con estilo

Los armarios, al igual que el amor y las identidades, se construyen con el tiempo. Se llenan de recursos que uno va adquiriendo de maneras tan diversas como inesperadas. Esto, junto a la interpretación de quien los porta, da origen a una identidad indumentaria única e irrepetible.

Milton Cavazos

FOTÓGRAFO

Lorraine Ciudadela

AUTORA, MODELO Y ESTILISTA

Chris Ramírez

MAQUILLAJE Y PEINADO

En esta edición de AMARENA, me invitaron a escribir un artículo sobre el amor… Sin embargo, mi corazón está triste, así que mejor hablaré sobre moda.

Los armarios, al igual que las identidades, se construyen con el tiempo. Se llenan de recursos que uno va adquiriendo de maneras tan diversas como inesperadas. Esto, junto a la interpretación de quien los porta, da origen a una identidad indumentaria única e irrepetible (si uno es lo suficientemente creativo y si su experiencia de vida es lo bastante interesante). Esa es mi teoría.

En esta producción de Valentines, decidí navegar junto con mis amigos Christopher y Milton por las profundidades de mi armario, encontrando e hilando recursos que tenían sus propias historias. Al ser reinterpretados, y gracias a la participación de mis amigos, dieron origen a una nueva narrativa.

Decidimos llamar a la serie: Amor y Melancolía. Retratar el amor desde la melancolía es describir la causa a partir del efecto: la melancolía es el amor cuando se torna triste.

La trampa de la melancolía consiste en sentirse insatisfecho con el estado actual, bajo la tentación de regresar a un tiempo o estado, sin saber con certeza cuál ni recordar el que se añora con claridad. Así lo retrata Emil Cioran, filósofo y pensador rumano-francés del siglo XX, en su libro “Ese maldito yo”.

Aunque Cioran se consideraba un escéptico nihilista, incluso en lo que respecta al amor, compartió toda su vida con una única mujer: Simone Boué. “Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo”, afirmaría.

La intervención de otros en la vida de uno es, en ese sentido, imprescindible. Al final, somos una galería de todas las personas que cruzan nuestro camino, llevando consigo todo lo que traen, dejan, se llevan y lo que les damos.

Pero prometí que no hablaría de amor, así que ahora voy a contar la historia del primer look que armamos

La base del primer look reside en un vestido de BCBG Max Azria, que rescaté hace unos años del bazar de Sofimak. La falda, con capas de crinolina y crin integradas, provoca un efecto globo que entra en “guerra” permanente con el inconfundible acabado de tafetán de seda del textil superior, generando constantemente diversas y vidriosas expresiones en la prenda, lo que, a mi juicio, crea una atmósfera de tiempo detenido.

Lo emparejamos con un collar XL de cristales de mi colección, que se combina con anillos de piedras con la misma textura y color de la colección de Christopher y Milton, montándolos sobre guantes rojos -también de su archivo- para destacarlos y aumentar el dramatismo. Aquí va un segundo secreto: el collar no es un collar en realidad, sino un cinto al cual dimos amor, que pertenece a otro vestido de terciopelo que decidimos no incluir en la sesión.

Llevamos stilettos rojos clásicos sobre medias rojas, que también tienen su secreto: aunque en esta temporada están de ultra moda, llevan años guardados en mi colección y fueron adquiridos en una tienda de disfraces infantiles. En aquel entonces no estaban popularizados en el mercado, y yo deseaba algo así para un look, así que fue el único lugar donde pude encontrarlos en su momento. “Para niñas de 10-12 años”, reza la etiqueta. Gracias a Dios, mi cadera sigue midiendo 90. Pagué $20 por ellas y hoy son un must en cualquier armario.

El segundo look duele

Ese abrigo rojo tiene su historia, pero no la contaré: le prometí al editor que sería breve y objetiva, así que iré directo al grano. Conservamos los stilettos y las medias, y cambiamos el collar XL por una gargantilla de cristales. Presta especial atención a la falda de licra. Tiene una textura de líneas que recuerda al listón barrotado y, aunque no lo creas, tiene más de 15 años en mi archivo.

Así es, querido lector, la compré cuando estaba en la secundaria, cuando las falditas microscópicas estaban de moda para ir a los bailes de quince años. Gracias al cosmos, aunque no la uso tanto, no se vendió en el último Closet Sale que hice, y hoy, reivindicada, se ve mejor que nunca. ¿A poco no?

El tercer look es uno de mis favoritos y puede que tenga una de las historias más interesantes

Este conjunto de dos piezas no es pura casualidad. El vestido lo adquirí hace unos cuatro años en un bazar de prendas de segunda mano. Tiene hombros caídos y un largo adecuado para el invierno. Sin embargo, el abrigo-capa con cuello de peluche, del mismo color y textura, llegó a mí recientemente gracias a un obsequio de mi amiga Caro Vargas, una extraordinaria cantante con un estilo único.

Ella me contó que esta pieza fue una de sus favoritas durante años y que, a su vez, se la había regalado una amiga que la había usado un tiempo, y que esta amiga la había heredado de su madre, quien también la adoró. A juzgar por la etiqueta, debe ser una pieza de finales de los 80 o principios de los 90. Como todas las prendas que las mujeres amamos y cuidamos, esta está impecable. Lo hermoso de la generosidad es que, al dar, no se pierde; más bien, se multiplica.

Me llena de ilusión imaginar cuántas versiones de looks ha tenido esta capa a lo largo de las décadas, a través de diferentes mujeres, cada una con su propia personalidad, escribiendo con los mismos recursos su propia historia y un nuevo capítulo en la historia de la prenda. La ilusión es la nostalgia del futuro, y la melancolía, la añoranza del pasado. En el mundo de la moda, nada expresa este sentimiento tan claramente como el color burdeos sobre terciopelo. Así que decidimos acompañarlo con perlas de múltiples largos, épocas e historias.

El último look tiene mucha historia

Ese vestido ha estado años en mi armario. En su momento, costó caro. Pocos días después de haberlo comprado, estuve a punto de regresarlo porque sentía que había gastado demasiado dinero en un vestido tan simple. “Es un little black dress como tantos”, me reprochaba a mí misma.

Por un motivo u otro, los días pasaban y nunca lograba ir a la boutique a devolverlo, hasta que pasó un tiempo considerable y ya me dio pena hacerlo. Se quedó guardado en el fondo de mi armario con la etiqueta y el precio de locura.

Con el tiempo, se convirtió en un objeto incómodo que prefería no usar: pensaba en revenderlo o guardarlo para una ocasión importante “Seguro que llegará una ocasión apropiada”. Vinieron incontables ocasiones importantes y eventos significativos, y, por más contradictorio que parezca, en varias ocasiones opté por comprar otros vestidos antes que usar ese que ya tenía.

Eventualmente, hice las paces con el hecho de que debía usarlo y lo incorporé a mi guardarropa en varias ocasiones “X” a modo de auto-terapia. En cada una de esas ocasiones, la gente alrededor no perdía la oportunidad de decirme lo hermoso que les parecía. El vestido se reivindicó por sí mismo. “Jaque mate”, pensé. Después, se convirtió en mi vestido de la suerte: no solo me hacía sentir muy bien, sino que también me llevó a grandes alegrías. Sin embargo, luego comenzó a irritarme.

Un bandage como los que ya no hacen

Intenté recuperar, aunque fuera parcialmente, la inversión, ofreciéndolo en al menos dos Closet Sales que organicé y, ¿adivina qué? ¡No se vendió! Casi no lo usaba, y cuando estábamos preparando los looks para esta producción, a pesar de que armamos más de 15 opciones, Christopher y Milton lo incluyeron en el Top 5, que después se convirtió en el Top 4. “¡Este NO puede quedar fuera!” dijeron de manera imperativa.

Les conté la historia y mi fracaso en la misión de venderlo, y Christopher respondió: “Ay, hermana, es que ni en una pierna le entra a nadie más”. “Es un bandage, y ya no los hacen así”, añadió Milton. Lo que sea, no sé si fue de manera consciente, inconsciente o subconsciente, pero dejé este look para el final, corriendo el riesgo de que se nos acabara el tiempo y no lo usáramos en la sesión. ¿Lo mejor se reserva para el final? No lo sé; una vez más, el tiempo lo dirá y quizás, otra vez, el vestido se reivindique por sí mismo.

No tientes al diablo…

El sombrero, de Nine West, también lleva años en mi colección. La noche antes de la sesión, Christopher me comentó: “Fíjate que Milton estuvo buscando unas flores rojas para agregar al sombrero y que no se viera tan negro, pero no encontró nada que nos gustara”. —Amigo, estás hablando con el diablo —le respondí.

Saqué la escalera de cuatro peldaños, subí a la parte más alta de mi armario y, en mi archivo de toquillas, encontré esta de flores rojas de la marca artesanal Rosa a la Mexicana. “¿Algo como esto?” Le envié un video desde lo alto de la escalera, topando con el techo. ¡Exactamente! Contestó Christopher. Y mi orgullo de coleccionista no podía estar más satisfecho. El resto es historia.

Baluartes de estilo

Las poses robotizadas, las expresiones estáticas, las flores secas, las velas a punto de extinguirse, y la antigua cámara fotográfica de quien busca detener el tiempo, a pesar de la insatisfacción, añorando que el futuro revele los recuerdos en retrospectiva y resulten más bellos, complementan la escena de melancolía.

Hay una palabra alemana, “Sehnsucht”, que no tiene un equivalente preciso en español y significa algo así como “la añoranza de algo”. Tiene raíces románticas e incluso connotaciones místicas. C. S. Lewis la definió como el inconsolable anhelo del corazón humano de no sabemos qué. Su raíz etimológica, “das Sehnen” (deseo ardiente) y “die Sucht” (adicción o búsqueda), podrían traducirla literalmente como “deseo de deseo”. Como sea, los psicólogos alemanes la catalogan como una fuerza destructiva y autodestructiva.

Hablando de fuerzas y contraposiciones, la palabra “armario” es una de mis favoritas para describir la colección de prendas y accesorios que visten mi vida. Me gusta porque tiene connotaciones bélicas: de armas. No soy fan de las guerras, pero sí de las ciudadelas: antes de atacar, defienden.

En mis días de mayor vulnerabilidad, nada me ha hecho sentir más segura y completa que construir un buen outfit. Voy a mi armario y construyo, capa por capa, prenda por prenda, almenar por almenar. Rediseño, replanteo, agrego, quito, corrijo… Cada vez, una nueva ciudadela: una fortaleza de baluartes.

Ampliar mi arsenal es altamente satisfactorio. Salir a buscar recursos, crearlos, comprarlos, heredarlos, interpretarlos, montarlos unos sobre otros y crear nuevas historias… El proceso es tan emocionante como terapéutico. Cada prenda refleja una narrativa interna que, a cada ocasión de uso, se vuelve más rizomática y poderosa.

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