En la era posmoderna, hacerse la víctima y pretender un sentido social se han convertido en estrategias populares entre las celebridades, que buscan notoriedad aprovechando la vulnerabilidad de su público. Hoy, el inquisidor rosa analiza el uso grotesco de estas tácticas por parte de figuras como Bad Bunny y Selena Gómez.
Hacerse la víctima y fingir un sentido social son dos herramientas muy útiles para que las celebridades ganen notoriedad en estos tiempos posmodernos, y tienen particular éxito en el mundo hispano, tan inmerso en sus complejos.
Hoy, el inquisidor color de rosa abordará con la merecida dureza a un par de celebridades que están haciendo un uso grotesco del disfraz de “justiciero social” (Benito Martínez Ocasio, alias “Bad Bunny”) y de “madre sufridora” (Selena Gómez). Pero, sobre todo, se dirigirá a los miles de incautos que compran esas narrativas baratas, posicionando a uno como un paladín del orgullo latino en tiempos de identitarismos cursis, y a la otra como la representación posmoderna de Nuestra Señora de los Dolores.
Cantarle al c*lo y venderlo como revolución
Los hechos son innegables: desde mediados de 2023 y todo el 2024, Bad Bunny ha estado experimentando un notable descenso en su carrera. En el último año y medio, sus reproducciones en plataformas de streaming y video han disminuido considerablemente, y la demanda por entradas a sus presentaciones en vivo ha mermado, especialmente con el auge de un fenómeno musical cuestionable, pero que refleja los gustos de nuestra gente: los corridos tumbados liderados por Peso Pluma, Nathanael Cano y otros personajes que seguramente aparecerán en esta Crónica Rosa.
Para darle un nuevo impulso a su carrera, el equipo que maneja al “conejo malo” ha recurrido a una estrategia infalible para los seguidores promedio de este tipo de artistas: apelar a los más profundos complejos y vender una narrativa de “lucha social” y “arraigo” a través de su último álbum: “Debí tirar más fotos”.
La Crónica Rosa no es el espacio para analizar artísticamente el trabajo de las celebridades; eso corresponde a otras secciones, y quizás algún día se aborde. Aquí nos preocupa cómo el “vox populi” de estos tiempos se traga como caramelos los postureos más burdos de los famosos.
Resulta que, en un derroche de tierna ingenuidad, un porcentaje significativo del público hispanohablante encuentra en los balbuceos de este trappero/reggaetonero cuya carrera se basa en hacer célebres las letras más vulgares inspiradas en el trasero femenino; uno que, además, disfruta formar parte de la farándula gringa y mantuvo una relación con una miembro del clan Kardashian, íconos de la decadencia cultural norteamericana y occidental, un “revolucionario” que “enaltece” el orgullo y sentido de pertenencia latino y que, supuestamente, lucha contra la gentrificación y todas esas cosas que cautivan a quienes están dormidos por el opio woke.

¡Sí, hay quienes pretenden encontrar lírica revolucionaria en Bad Bunny! Uno tiene que reír, y al mismo tiempo, preocuparse por cómo han caído los estándares de la cultura popular de forma dramática.
La música latina cuenta con grandes exponentes en sus diversos subgéneros que reflejan la identidad cultural de distintos países, y resulta desalentador que en una época dominada por TikTok y la gratificación instantánea, los paladares y sentidos del gusto se hayan atrofiado en exceso.
A ver, cada quien es libre de disfrutar lo que quiera. Como le digo, amable lector, ni siquiera vamos a caer en la postura snob de comparar el trabajo de Benito Martínez con géneros más refinados; aceptamos que tiene talento para la actuación y una buena presencia escénica, pero su faceta principal, la de cantante, es cuestionable.
Compararlo con exponentes de nuestro idioma deja en evidencia la caída de los estándares del público: hemos pasado de las estrellas de Fania Records, los soneros y boleristas cubanos más entrañables, el delicioso vallenato y las cumbias sonideras, a cantarle odas al c*lo. Pero eso es decisión de cada quien; el problema es que se pierde el enfoque socialmente.
Uno puede amar la comida chatarra, y está bien disfrutarla. El problema surge cuando se intenta vender la idea de que esa comida chatarra está al nivel de la alta cocina, y eso es lo que ocurre con quienes insisten en que Bad Bunny está inspirando a una generación con su narrativa social. ¿Es posible que el público hispano, heredero de una civilización tan majestuosa como la hispanidad —cuya cultura musical incluye el tango, el flamenco, la rumba, el mariachi, el danzón, el son, el bolero, la cumbia, la salsa, el merengue y tantos otros géneros hermosos— esté tan desorientado como para comprar el humo de Bad Bunny? Al parecer, sí.
Selena de los Dolores
Dejando de lado al “conejo malo”, es momento de tratar el papel simplista de Selena Gómez. Ya abordamos a Selena hace una semana al hablar de la película “Emilia Pérez”, pero continúa generando conversación.
Después de la auténtica paliza mediática que ha recibido esta horrenda película, no solo en México, sino aparentemente en todo el mundo, especialmente por el grotesco papelón de quienes nominaron a “Emilia Pérez” a 13 Oscars, el equipo detrás de la película ya está operando a toda marcha para mitigar el daño y mantener el barco a flote.
A algún “genio” consultor de la imagen pública se le ocurrió explotar, por enésima vez, una de las cartas más recurrentes de Selena Gómez: la de ser una víctima eterna y una profesional del sufrimiento. Porque, bueno, ¡nadie en este mundo sufre tanto como Selena!
Para su apasionado y fanatizado fandom, Selena es la única persona del mundo que padece enfermedades físicas, que sufre emocionalmente y que tiene empatía. Están a un paso de proponerla al Vaticano como nueva imagen de Nuestra Señora de los Dolores, advocación mariana que conmemora la figura de la madre sufriente.

Es prácticamente digna de ser incluida en el martirologio clásico, y su nuevo papel ha sido, bajo el pretexto de mostrar sensibilidad ante las nuevas políticas migratorias del gobierno estadounidense, un lacrimógeno video donde llora a mares, como si fuera la doliente de la tragedia más severa, por lo que sufre “su gente”. Esto, ¡viene de quien formó parte de una película que ridiculiza y banaliza el principal problema social de “su gente”!, ¡sin siquiera tener el profesionalismo para pronunciar decentemente el idioma español! Todo esto resulta en un fallido intento de salvarse mediáticamente ante el hundimiento de ese Titanic conocido como “Emilia Pérez”.
Sí, amable lector, Selena Gómez intenta distanciarse de “Emilia Pérez” de la manera que mejor sabe: encandilando a incautos con una ingenuidad supina que realmente le compran el relato a una celebridad que, como cualquier otra, por dólares y exposición, será capaz de todo.
A diferencia de la edulcorada ola de elogios hacia “Bad Bunny”, el público ha rechazado con dureza el espectáculo de martirio de Selena Gómez. Claro, no porque la muchedumbre tenga afinado el pensamiento crítico y comprenda el burdo mea culpa de la intérprete de “Tell Me Something I Don’t Know” como un salvavidas, sino porque simplemente están ebrios de resentimiento y odio. No está bien, pero el inquisidor confiesa sentir un poco de schadenfreude.
Amable lector, errar es humano y tener un que otro vicio es válido, pero, por favor, dentro de todos esos errores, no caiga en ese tan severo como lo es idolatrar celebridades y ver en sus acciones un “sentido social”, lo que sea que eso signifique.
Esta fue la nueva entrega de la Crónica Rosa, indigesta e irritante como debe ser, porque así es como debe ser el periodismo en estado puro.
Fray Savonarola en hábito rosa regresará la próxima semana. ¿A quién le tocará su juicio?
