¿A qué sabe la elegancia? ¿Cómo se viste un recuerdo?  Preguntas como estas encuentran respuesta en la trayectoria de Edna Alanís, una creadora cuya sensibilidad es capaz de traducir la textura de una seda en una nota de sabor y la estructura de un platillo en un diseño atemporal. Aunque su genio es célebre en la cocina y las redes, su historia más profunda se teje entre dos pasiones que, en ella, son una sola.

Hay afinidades que trascienden el tiempo; la mía con Edna Alanís nació bajo el influjo de la moda. Desde entonces, su historia ha sido un viaje fascinante donde los hilos de la indumentaria se entrelazan con los aromas de la gastronomía.

Blusa de Valentino Garavani y pantalón de Jeanette Toscano. Pastel de Jissell Williams

STAFF

FOTÓGRAFO

ALAN FLORES

Aunque es una de las mejores chefs de la ciudad y tiene un gran talento para la comunicación, Edna siempre ha poseído un ojo entrenado para la sastrería impecable, los textiles nobles y ese detalle invisible que define la verdadera elegancia. Si bien la mayoría la identifica con la gastronomía, pocos conocen su formación como Licenciada en Indumentaria y Textiles. Esta le otorgó una sensibilidad única que cristalizó en una tesis laureada con un diez unánime, donde narró con rigor y belleza la evolución de la vestimenta desde el México prehispánico hasta nuestros días.

Cada prenda que Edna elige pasa por un ritual íntimo: la observa, la mide con la mirada crítica de quien reconoce un corte perfecto y la siente sobre la piel antes de portarla. No es un gesto banal, sino un acto de respeto. Para ella, vestirse no es cubrirse, es dialogar con el textil; es disfrutar cómo la fibra respira y se funde con el cuerpo, cómo lo acaricia y lo acompaña. Ese vínculo sensorial transforma cada atuendo en una experiencia que trasciende la moda: una celebración silenciosa de la artesanía y del tiempo invertido en su creación.

Entre las grandes inspiraciones de Edna Alanís se encuentra Coco Chanel, cuya visión revolucionaria de la moda femenina la cautivó profundamente. A Edna le gusta cuidar cada detalle de lo que usa. Prefiere las siluetas limpias, los cortes precisos y las telas que transmiten elegancia sin esfuerzo. No suele inclinarse por los estampados, a menos que estén hechos con una fineza excepcional, de esos que revelan buen gusto y delicadeza en cada trazo. En ella, cada elección tiene intención: nada es casual, todo responde a su manera de entender la belleza, la sutileza y el estilo.

Chal de Etro, de venta en Girl du Monde.

En la cocina, Edna traduce este mismo ideario. Cada plato es un traje de alta costura: medido al detalle, pulido en la técnica y con un carácter que se revela en el equilibrio perfecto entre simplicidad y complejidad. Lo que en la moda es una puntada invisible, en sus manos se convierte en un sabor que se graba en la memoria.

Para Edna Alanís, moda y gastronomía no son caminos paralelos, sino un mismo lenguaje expresado en dos lienzos distintos: la tela y el plato. Un lenguaje que se viste, se degusta y se vive.

Edna es la prueba de que la verdadera elegancia no se impone: se construye en silencio, se elige con cautela y se saborea con gratitud. Permanece como un eco eterno que viste la memoria y alimenta el alma. Su historia es un testimonio de visión, perseverancia y estilo; un reflejo de lo que significa dejar huella más allá de las tendencias. Hoy, esta portada se convierte en un homenaje aún más íntimo: la realizamos para celebrar su cumpleaños, honrando no solo su legado, sino la esencia de la mujer luminosa y visionaria que es.

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