En clave espiritual, la feminidad encarna la creación como la fuente de la vida, la intuición y la sabiduría. Se manifiesta en la conexión con la Tierra como la madre de todo ser vivo y la Luna como complemento celestial del Sol. La humanidad honra lo femenino con espiritualidad, consagrando y divinizando mujeres.

En este editorial de portada, donde celebramos lo sagrado, místico y divino, vamos a explorar a tres mujeres sagradas y consagradas: María, la madre de Dios para el cristianismo, Isis, la diosa principal del Antiguo Egipto y Chimalma, madre de Quetzalcóatl, el dios central de la Toltecáyotl, la cosmogonía de la civilización nahua previa a la invasión y conquista mexica de Mesoamérica.

Collar de Mercedes Salazar y Anillo de Girl du Monde

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María, Santa Madre de Dios. Theotokos, Sancta Dei Genitrix

María de Nazaret, una mujer judía de la tribu de Judá, se erige como una figura central en la historia de la fe. Su vida, que se sitúa en los primeros siglos de la era cristiana. María es un pilar fundamental para el cristianismo y tiene una destacada importancia en el islam. Es mencionada en el Nuevo Testamento, especialmente en los Evangelios de Mateo, Lucas y Juan, y en los Hechos de los Apóstoles. En el Corán, su relevancia es tal que es la única mujer a la que se le dedica una sura completa (Maryam), y su nombre se menciona setenta veces.

En el cristianismo, el rol de María se fue consolidando progresivamente desde las etapas más tempranas. Se le atribuye una participación crucial en los momentos definitorios de la historia de la salvación: la Encarnación de Jesucristo, la Crucifixión y la conformación de la primera iglesia cristiana en Pentecostés.

Los evangelios sinópticos ofrecen diferentes perspectivas sobre su vida. Los Evangelios de Mateo y Lucas la describen como una joven virgen que, tras la Anunciación, acepta concebir a Jesús por obra del Espíritu Santo, de ahí su título de la “Virgen María”. El Evangelio de Lucas es el más detallado, narrando no solo la Anunciación, sino también su visita a Isabel y el nacimiento de Jesús en un humilde pesebre en Belén. Este evangelista la describe como una mujer de profunda fe, que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lucas 2:19), incluso al enfrentar la dolorosa profecía de Simeón en el Templo. Por su parte, el Evangelio de Juan resalta su papel de intercesora en las bodas de Caná, donde Jesús realiza su primer milagro a su petición. Más tarde, la muestra al pie de la cruz, donde Jesús la confía al “discípulo amado”, un gesto que la tradición cristiana interpreta como su designación como la “Madre de la Iglesia”.

La devoción a María se remonta al siglo II. Las Iglesias católica y ortodoxa le atribuyen la capacidad de interceder ante la Trinidad, una creencia que se remonta a San Ireneo de Lyon. Esta devoción se manifiesta a través de diversas prácticas y títulos, siendo el más prominente el de “Madre de Dios”, reconocido oficialmente en el Concilio de Éfeso en el año 431. Este título se alinea con la profecía evangélica de que “todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1:48).

Sin embargo, esta devoción no es universal para todas las confesiones cristianas, especialmente las que surgieron de la Reforma protestante. Una de las principales disputas teológicas gira en torno a los “hermanos de Jesús” mencionados en la Biblia. Mientras la Iglesia católica y la ortodoxa ofrecen interpretaciones que mantienen la virginidad de María (como primos o hijos de un matrimonio anterior de José), las denominaciones protestantes suelen argumentar que eran hijos biológicos de María y José.

A pesar de estas controversias, la importancia mundial del cristianismo ha cimentado a María como un símbolo universal de fe, maternidad y devoción. Su figura sigue influyendo en miles de millones de personas a través de diversas tradiciones y advocaciones marianas, siendo un faro de esperanza y devoción en todo el mundo.

María. Sacra Femina. Tres mujeres sagradas.
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Isis, la diosa universa. Myrionymos Panthea

La figura de Isis, venerada en el antiguo Egipto desde el Imperio Antiguo, representa un fascinante viaje de trascendencia y transformación. Originalmente una deidad secundaria en el panteón egipcio, su culto se extendió más allá de las fronteras del Nilo para convertirse en un fenómeno religioso en todo el mundo grecorromano. Este proceso de universalización se debe a su notable capacidad para asimilar los roles y atributos de otras deidades, lo que la elevó de una figura local a una fuerza cósmica con dominio sobre la magia, el destino y el universo mismo. Su historia es el testimonio de un profundo sincretismo religioso.

El origen del culto a Isis está arraigado en el influyente mito de Osiris. En esta narrativa fundacional, su rol como esposa y hermana de Osiris y madre de Horus la sitúa en el centro de la acción. Al ser la protectora que ayuda a resucitar a su marido y la defensora de su hijo, Isis se consolidó como protectora de los muertos, guiándolos en su viaje hacia el más allá. Del mismo modo, se convirtió en la madre divina del faraón, considerado la encarnación de Horus en la tierra. Durante el Imperio Nuevo, su importancia creció exponencialmente, asimilando rasgos de la poderosa diosa Hathor y adoptando su tocado de cuernos de vaca y el disco solar, lo que fortaleció aún más su estatus.

La difusión del culto de Isis por el Mediterráneo fue especialmente notable durante el período helenístico. Los griegos la adoptaron, fusionando sus características con las de sus propias diosas, como Deméter y Afrodita. La red de devotos se extendió rápidamente al mundo latino, donde el culto se arraigó y fue integrado en la religión romana, a pesar de la hostilidad inicial del Senado que lo percibía como una amenaza a la identidad de Roma. Sin embargo, su poder y popularidad eran tales que fue gradualmente aceptada, e incluso patrocinada por los emperadores de la dinastía Flavia. En este contexto de expansión, los devotos la llamaban myrionymos (“la de los diez mil nombres”) y panthea (“la que es todas las diosas”), reflejando su influencia en los mares, el destino y los ejércitos, consolidándola como la encarnación de todo el poder divino femenino.

El ascenso del cristianismo en los siglos IV y V d. C. marcó el declive de su culto organizado. Aunque el debate sobre si su veneración influyó en el culto a la Virgen María sigue siendo un tema de controversia y evidencia ambigua, la figura de Isis no se desvaneció por completo. Su legado perduró en la cultura occidental, influyendo en el esoterismo y el neopaganismo. En estos contextos, a menudo se la representa como una personificación de la naturaleza o como el aspecto femenino de la divinidad. A pesar de que sus templos cayeron en el olvido, el eco de su influencia se mantiene vivo, demostrando que su poder trascendió el tiempo y las fronteras de su civilización original.

Isis. Sacra Femina. Tres mujeres sagradas.
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Chimalma, guerrera y madre. La mano de escudo

Diosa de la fertilidad y madre del venerado Quetzalcóatl, su nombre, proveniente del náhuatl chimalli (escudo) y maitl (mano), la define como “Mano de Escudo”, un título que resalta su esencia como mujer guerrera. Su relevancia no se limita a su maternidad divina, sino que se arraiga profundamente en la teogonía y la cosmovisión original de la cultura nahua del periodo clásico, la Toltecáyotl.

La historia de Chimalma está intrínsecamente ligada al auge de la cultura tolteca, surgida tras la migración de los pueblos de lengua náhuatl que se asentaron en el altiplano central de México. En esta civilización, el culto a Quetzalcóatl alcanzó su máxima expresión, y la figura de su madre, Chimalma, se volvió fundamental. De hecho, la deidad de la Serpiente Emplumada pudo estar inspirada en la vida del semilegendario cacique nahua Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, un líder y sacerdote de Tollan-Xicocotitlán, lo que dota a la historia de Chimalma de un cimiento tanto mítico como histórico.

Las leyendas sobre cómo concibió a su hijo revelan la riqueza de su figura. Un relato la presenta como objeto del deseo del dios de la caza y la guerra, Mixcóatl. 

Tras rechazar sus avances, Mixcóatl le dispara cinco flechas, que ella detiene hábilmente con sus manos desnudas, ganándose el nombre de “Mano de Escudo”. Después de un matrimonio sin descendencia, Chimalma concibe a su hijo milagrosamente al tragar una pequeña piedra preciosa, un acto que enfurece al voluble Tezcatlipoca y culmina en la trágica muerte de Mixcóatl y la huida de Chimalma, quien fallece al dar a luz a Topiltzin, el futuro Quetzalcóatl.

Sin embargo, otra narración, de carácter más místico y sublime, cuenta una historia diferente. En esta, tras el encuentro con Mixcóatl, la doncella virgen Chimalma huye y, mientras barre un templo, una pluma de quetzal cae en sus ropas, dejándola encinta de forma divina. Este relato no solo le otorga a Quetzalcóatl una concepción pura y celestial, sino que también refuerza la sacralidad de Chimalma, al ser una mujer que concibe a su hijo sin la necesidad de un mortal, y evita que Mixcóatl la toque al encontrarla ya embarazada.

Con la llegada de los mexicas al Valle Central de México, la mitología tolteca fue apropiada y reinterpretada para ajustarse a su propia visión del mundo, centrada en la figura de su deidad principal, Huitzilopochtli. En este nuevo panteón, el rol de Quetzalcóatl se vio relegado a un segundo plano y Tezcatlipoca se transformó en una deidad enérgica. A pesar de estos cambios y el surgimiento de otras importantes deidades femeninas como Tonantzin y Coatlicue, la figura de Chimalma nunca perdió su aprecio y veneración. Esto demuestra la solidez de su legado en la cosmovisión nahua, un legado que trascendió las reestructuraciones políticas y religiosas para perdurar como un pilar fundamental de la civilización.

Chimalma. Sacra Femina. Tres mujeres sagradas.
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